jueves, 26 de agosto de 2010

Día 21 – P.N. Corcovado (Isla del Caño) 18/08/10

Empezamos nuestro último día en Corcovado con el maravilloso desayuno que nos preparan en Finca Maresia y con la esperanza de tener buen tiempo en la excursión a la isla del Caño. Parece que ha amanecido bastante despejado, así que, a las 7:00 ya estamos en la playa esperando a nuestro guía Roy para embarcar rumbo a la isla del Caño. Cuando estamos todos listos Roy hace una señal y una de las embarcaciones que esperan en la bahía se acerca para que podamos subir. Esta vez somos 4 en la excursión, una pareja de holandeses y nosotros. Roy es biólogo marino y ya nos acompañó en la excursión a Sirena, por lo que, resulta perfecto para esta excursión.

En esta época del año por los alrededores de la isla se concentra una gran cantidad de ballenas jorobadas, ya que están en temporada de reproducción y especialmente en esta ballena resulta espectacular por el modo que tienen los machos de cortejar a la hembra, saltando fuera del agua y golpeando fuertemente la superficie del agua con sus aletas. También realizan cantos para atraer a las hembras y a veces se pueden oír mientras buceas. Con un poco de suerte veremos alguna ballena cuando nos acerquemos a la isla. El trayecto dura unos 90 minutos y Roy nos explica que cuando veamos alguna nos acercaremos un poco para observarlas sin molestarlas.

Cuando ya estamos bastante cerca de la isla empezamos a ver soplidos que levantan nubes de agua pulverizada sobre el mar, señal que nos pone en alerta a todos y dirige nuestros ojos hacia el horizonte donde aparece una hembra con su cría y detrás de ellos un enorme macho escolta que intentará deshacerse de la cría para aparearse con la hembra. Las hembras que tienen crías no se aparean y por eso los machos pueden llegar a ahogar a la cría para que la hembra entre en celo.

Tras una media hora observando como las ballenas suben y bajan para respirar y ya un poco mareados del vaivén de la barca, nos ponemos en marcha para llegar a la isla antes que el resto de grupos que ya se ven por alrededor. Al llegar a la isla el patrón reduce la velocidad y pasa por encima de varios corales que se pueden ver desde la barca. El agua no esta del todo transparente pero tampoco esta muy mal. Después de revisar el equipo nos tiramos al agua, con la desagradable sorpresa de sentir unos pinchacitos por todo el cuerpo que no duelen pero son muy molestos. Le preguntamos a Roy, y nos cuenta que son pequeñas medusas inofensivas que si no son muchas no pasa nada, así que continuamos con el snorkeling. Vemos un gran banco de jureles cerca de una roca, además de muchas especies de peces de colores y alguna barracuda huidiza pero ni rastro del tiburón. Por esta zona es fácil de ver tiburones de arrecife de metro y medio y puesto que nos queda una segunda inmersión esta tarde, no perdemos la esperanza de verlos.

Salimos del agua ya un poco arrugados, el tiempo bajo el agua pasa sin darte cuenta, y tenemos que ir a la isla para comer y relajarnos un poco. Al llegar a la playa, otro desembarco estilo salta y corre pero esta vez sin el corre porque ya estábamos mojados. La playa es pequeña, pero muy bonita y con el estupendo día soleado la arena toma un color dorado brillante que apetece quedarte el resto del día allí tumbado.

Nada mas llegar Roy se pone a preparar el almuerzo en una mesa que hay a la sombra, y mientras tanto nosotros nos dedicamos ha inspeccionar la playa. Como no hay mucho que hacer en la pequeña franja de arena, decidimos tumbarnos al sol hasta que sea la hora del almuerzo. Mientras Esther tomaba el sol, me he acercado para hablar con Roy, por si le hacia falta ayuda pero ya estaba casi todo preparado, así que, nos hemos puesto a hablar de algunas anécdotas suyas en la isla. Me cuenta que antes se podía bucear cerca de las ballenas pero que ahora estaba totalmente prohibido, aunque a veces mientras buceas aparecen a tu lado y es una experiencia maravillosa. Ver como una ballena alimenta a su ballenato mientras te observa con su enorme ojo es una de las experiencias que Roy había podido vivir y solo por eso merecía la pena vivir en un lugar como este. La verdad es que Roy es una de esas afortunadas personas que están encantadas con su trabajo y esto se nota cuando te explica las cosas, por el entusiasmo que le pone.

Cuando todo estaba preparado Roy nos aviso para que nos acercásemos a comer, esta vez el almuerzo sí valía la pena. Teníamos varias ensaladas, de pasta con atún y de vegetales, entremeses y queso, así que nos pusimos las botas. Después de comer reposamos un poco la comida antes de hacer la segunda salida al mar.

A Esther como no le apetecía meterse en el agua por lo de las medusas, prefirió aprovechar los rayos de sol tumbada en la playa, así que el resto nos fuimos a probar suerte con los tiburones. Nada mas meternos al agua pudimos ver un pequeño tiburón que trataba de esconderse en una cueva. Estos animales son muy asustadizos y si te ven procuran evitar el contacto, al menos los de este tamaño. Estuvimos un buen rato observando todo tipo de peces de arrecife y por supuesto al asustado tiburón. Al subir a la barca otro grupo nos dijo que habían visto una tortuga, justo un momento antes de meternos al agua pero nosotros no tuvimos suerte, ¡quizás la próxima vez!

Tras recoger a Esther en la isla nos fuimos a ver ballenas y delfines de vuelta a Drake, nada más salir de la isla vimos a un gran macho saltando fuera del agua pero nos pilló tan de sorpresa que nos quedamos con la boca abierta por lo espectacular de la imagen, aunque no pudimos fotografiarlo. ¡¡Sólo por esa imagen ya valía la pena haber venido a la isla!! La guardaremos en nuestra memoria.

Estuvimos un buen rato esperando a que la ballena repitiera el salto, esta vez con cámara en mano, pero sólo salio para sacar la cola como diciéndonos adiós y no volvió a salir. En el camino de vuelta a Bahía Drake vimos un grupo de unos 20 delfines moteados que nos acompañaron durante un rato.

Al llegar a la playa nuestro taxi nos estaba esperando para llevarnos al hotel, que ya apetecía darse una duchita y relajarnos con una cerveza fresca en la mano. Después de la ducha estuvimos hablando un rato con los chicos de Valencia que acababan de llegar de Sirena y tenían muchas cosas que contarnos y con los nuevos huéspedes que habían llegado: una pareja de holandeses, dos catalanes y dos valencianos. Así que entre unas cosas y otras se hizo la hora de la cena, que con tanto mimo nos había preparado Juan. Está vez tocaba pasta, unos estupendos tallarines con setas y carne.

Después de la cena, Juanan y Juan (el chico valenciano) intentaron hacer una caminata nocturna en busca de ranitas que fotografiar, pero entre el barro y la incertidumbre de no saber dónde pisas y lo qué pisas, la excursión duro 20 minutos siendo generosos. Por lo menos lo intentó y una ranita si que pudo sacar, aunque no sepamos su nombre.


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